El puerto. Un vecino muy importante (I)

Avera. Puerto

El puerto desde Gibralfaro. Fotografía de Antonio Vera

La zona portuaria ha sido un motor económico para la ciudad pero la  mirada de los que en ella vivían no traspasaba los límites de la Plaza de la Marina. “Juntos pero no revueltos” es una frase que define bien la escasa relación que los malagueños han tenido con el puerto. El Ensanche es el barrio malagueño que más se ha asociado con las actividades portuarias, de hecho se conoce como Muelle Heredia no sólo la Avenida de Manuel Agustín Heredia sino a toda la zona.

Conforme el mar se fue retirando a lo largo del siglo XVIII, sus terrenos fueron  convirtiéndose en una planicie baldía. Sin embargo el arenal de la zona norte, junto a Puerta del Mar, fue configurándose como zona privilegiada y cosmopolita. En el siglo XIX se edificaron confortables casas familiares, siempre de espaldas al puerto  y si era posible con balcones al Paseo de la Alameda. A mediados del siglo XX,  el proyecto de Daniel Rubio de 1930 comienza a tomar forma con viviendas subvencionadas y comercios relacionados con el abastecimiento de materiales portuarios o garajes para facilitar las tareas administrativas que se llevan a cabo en  la zona. Hasta hace poco y según soplaba el viento, el olor  del alpechín almacenado en el muelle se dejaba sentir, al igual que se oían con nitidez las bocinas de los barcos. Desde los tejados de las casas se veían las grúas y  los contenedores acumulados con la carga. A pie de calle  los grandes camiones maniobraban para entrar en el puerto por la Alameda de Colón. Los trabajadores del puerto y del mercado de abastos recargaban pilas en los bares del barrio nada más despuntar el día. Pero el barrio, transitado noche y día,  no despertaba  hasta la hora del desayuno funcionarial.

La construcción y mejoras del puerto son las obras  públicas  más importantes que se han acometido en la ciudad. Cuando en 1704 se perdió Gibraltar (eufemismo de un hecho del que aún no nos hemos recuperado) el puerto se convirtió en un punto estratégico para controlar militarmente a la poderosa y conspiradora Inglaterra, al menos con nosotros.  La cercanía con el norte de África,  en nuestro caso con Melilla, también  tuvo un enorme peso.

El embarcadero fenicio, más tarde musulmán, era un enclave de poco calado y mal estado debido a las arenas de aluvión del cercano río Guadalmedina y a los temporales de levante. Tras la conquista de los Reyes Católicos,  y ya en tiempos de Felipe II,  se inician las obras de fondeo  y defensa con escasos resultados para mantener el puerto operativo y su litoral bien defendido. Es la época en que Blasco de Garay, que tiene calle en el barrio, ensaya uno de sus múltiples inventos en la bahía de Málaga: sustituir el sistema de propulsión de remos o velas por ruedas de paletas.

Luís Hurtado de Mendoza construye en 1622 el Torreón del Obispo para defender de los piratas la esquina de la Cortina del Muelle y la Acera de la Marina, dado el estado ruinoso de la muralla de la ciudad. Felipe  IV nos visita en 1673 y a pesar de que se aceleran las obras, no llegan a terminarse por falta de fondos en las arcas del estado. En la entrada del puerto hay una lápida conmemorativa del acontecimiento.

A comienzos del  siglo XVIII, como consecuencia de la sedimentación de la desembocadura del río Guadalmedina, y de las obras de construcción del puerto de Málaga, se ganaron terrenos al mar. La antigua aduana de la ciudad, situada cerca de las Atarazanas, quedaba muy lejos del mar lo que dificultaba su función. Por ello la ciudad solicitó la construcción de un nuevo edificio.  Felipe V en 1717, retomó la ampliación del puerto tanto, con fines comerciales como defensivos. Se edifica una linterna en el muelle de levante y se construye para uso comercial el muelle de poniente. En 1723 se hace la primera limpia del Puerto. Bajo Carlos III prosigue el interés en aumentar la capacidad de las instalaciones portuarias y se intensifican las obras, incluidas las escaleras en el Muelle Nuevo (1784) que podemos ver en muchos grabados. Un año antes, el rey aprueba el proyecto de crear la Alameda en los terrenos ganados al mar y se construyen los paredones sobre el Guadalmedina. También se acababa de firmar el Tratado de Libre Comercio  por lo que se  ampliaba la conexión con otros puertos americanos gracias a que José Bernardo de Gálvez,  el Consejero de Estado y Marqués de la Sonora, había creado el Consulado Marítimo. Mientras redacto este post, grupos políticos y asociaciones intentan en el Parlamento andaluz que este malagueño nacido en Macharaviaya, militar y héroe de la independencia de EEUU, sea nombrado Hijo Predilecto de Andalucía, pues antes de crear dicho consulado y encontrándose controlando el suroeste del continente americano en 1779, dejó sin puerto a los ingleses en el Golfo de México y favoreció el trabajo de la inteligencia de las tropas rebeldes, jugando así un importante papel en la independencia del país. Gálvez operaba sin el respaldo oficial de España aunque ésta ayudaba económicamente  a los insurrectos, ya que se mantenía muy  interesada en el acceso y control de la navegación por el Misisipi.

Con la muerte de Carlos III en 1788, los proyectos del puerto se paralizan pero se inicia el proyecto de la nueva aduana (1788-1826) que hoy conocemos como Palacio de la Aduana. Pronto será inaugurado como Museo de Málaga.

A pesar de la paralización de las obras de ampliación del puerto,  el siglo XIX estuvo marcado  por un gran auge comercial, debido a la exportación de vinos y  otros productos agrícolas así como al desarrollo notable que la  industria malagueña, con las ferrerías de Heredia a la cabeza, consiguió. Se dragó de nuevo el puerto para  mantener el calado y permitir a las barcazas desembarcar las mercancías de los grandes buques en el Muelle Nuevo y se pidieron los permisos para construir un nuevo tinglado dado que los que había anteriormente eran insuficientes. Los comerciantes sufragaron los gastos que más tarde se reembolsaron cobrando las tarifas de almacenaje.

Para frenar los aterramientos procedentes de los temporales se construyó el dique de levante y para  contener  los aportes de los aluviones del río Guadalmedina se instaló el dique de poniente, pero las arenas se fueron depositando en las playas de Pescadería dónde tinajas y grandes recipientes con sal se mezclaban con capachos, redes y barcas repletas de pescados, que más tarde venderían los cenacheros por las calles de Málaga. El Paseo de Heredia se convirtió en un lugar de esparcimiento durante algún tiempo. Allí se celebró la feria de Málaga durante unos años y en 1912 se instaló la Sociedad de Tenis que más tarde se mudó a los Baños del Carmen. Según recuerda el pintor Manuel Blasco, en el Paseo Heredia no se jugó nunca ninguna partida de dicho deporte y su pista se dedicó al patinaje durante un par de años. Había orquesta y baile en su recinto y en sus mesas se servían copas y té elegante. Posteriormente el paseo fue ocupado por carros faeneros y grandes bateas en la medida que el Parque de Málaga se iba consolidando como lugar de encuentro en los terrenos ganados al antiguo puerto. La ensenada, que llegaba antes hasta la Cortina del Muelle, se rellenó y los terrenos surgidos fueron cedidos a la ciudad. Se plantan palmeras, plátanos orientales  y una gran variedad de vegetación subtropical que traen los barcos comerciales que atracan en el puerto.

Actualmente el turismo de crucero y el trasporte de graneles sólidos (productos agroalimentarios) están transformando las instalaciones portuarias que, hasta hace poco, apostaban preferentemente por la mercancía de contenedores.

Continuará….

Próxima entrada del Callejero ilustrado: Calle Trinidad Grund

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